Había una vez hace muchos, muchos años, un bartender mexicano que trabajaba en NY. Este bartender mexicano, llamémosle D., trabajaba en el bar 6 noches a la semana. Su día de descanso era el martes.
D. era muy feliz abriendo botellas de cerveza, squishing menta para los mojitos (no se decir squish en español), mezclando dos chupes al mismo tiempo – tarea que le tomó varias semanas dominar y varios litros de alcohol desperdiciados, emborrachando a conocidos y desconocidos por igual. Cada hora, D. formaba una fila de 10 caballitos y hacía una mezcla curiosa, probablemente con tequila, los servía y los regalaba a los clientes, y por supuesto, el se permitía uno o dos. O tres.
Compartía el bar con otro bartender llamado Vladimir. Vladimir era ruso. Vladimir tomaba vodka. Vladimir era básicamente el demonio. Vladimir y D. eran los perfectos bartenders, amigos, camaradas, colegas y borrachos.
El bar se llamaba Gibraltar – como la piedra en Marruecos. Era un bar estilo marroquí en el que en una buena noche llegaban 100 borrachos. Vlad y D. trabajaban 5 noches juntos y 1 noche solos cada uno. Cuando trabajaban juntos, el único show que podían hacer era que Vlad aventaba un hielo por el aire y D. lo cachaba del otro lado de la barra con un vaso (es mucho mas elaborado de lo que suena) (en serio).
Con un itinerario así, con acceso tan fácil y directo al tequila y con sangre de teporocho, era obvio que los dos bartenders se sentían como peces en el agua trabajando ahí. Houcine, el dueño y jefe, era feliz y les tenía toda la confianza. A tal grado que a veces pasaban semanas sin que fuera al bar y ellos se encargaban de todo. Muchas veces a la hora del cierre, cuando tenían que contar el dinero, se les olvidaban los números en inglés – el inglés no era la lengua materna de ninguno de los dos – y decidían dejarlo para el día siguiente.
La hora de entrada era a las 5pm. Partir limones, stock the bar, coordinar a los bar-backs y asegurarse que las aceitunas y cerezas estén frescas eran las tareas que tenían que hacer antes de abrir a las 7pm al público. A partir de las 7 no había oportunidad de un descanso hasta las 3:30 cuando se daba el last call. Y como ya hasta a mi me dio hueva esta historia me voy a saltar a la parte interesante:
Una vez D. se emborrachó mucho y al día siguiente se despertó a las 8:30pm. O sea, iba 3 horas y media tarde. Habló al bar, le contestó Houcine y entre que estaba recién despertado, seguía borracho y estaba nervioso, lo único que D. supo decir es “I broke my wrist!”. Obviamente D. no se había roto nada. Pero una vez dicha la mentira, tuvo que tomarse la noche, ir a comprar vendas y pomadas a D&R y presentarse al día siguiente al trabajo solo para que Houcine le dijera: “tomate cuatro semanas de descanso para que te recuperes, no puedes ser bartender con la muñeca rota”. No tuve trabajo un mes entero.
MORALEJA: hay dos. 1) No tomes cuando tienes que trabajar al día siguiente. 2) No digas mentiras pendejas.